Capítulo 1: Nota de
suicidio
Un fuerte estruendo perturba mi sueño, me despierto sobresaltado, sin
entender muy bien qué ocurre, siento un dolor terrible en mi cabeza y mi
cuerpo, como si hubiese recibido una paliza. Unos cristales se esparcen por el
suelo hasta llegar a un enorme ladrillo. El viento gélido hace acto de
presencia a través del agujero que ha dejado, junto con los gritos
ensordecedores de una muchedumbre alborotada que clama por mi cabeza.
Eso me recuerda que hoy no es un día más, ya no soporto esta situación,
me ha devorado por dentro, ni las cantidades ingestas de alcohol han conseguido
que pueda olvidar y me inducen a acabar conmigo de una vez por todas.
Me encuentro mal, borracho todavía, con ganas de vomitar. Sólo sé que ya
llevo una semana sin ella, sin noticias, y lo único que me queda es el olor a
su perfume que desprenden las sábanas.
Me siento desesperado, ya no puedo más, no aguanto toda esta presión,
cientos de llamadas diarias amenazándome, miles de personas se agolpan en la
puerta de mi casa increpándome, obviando la presunción de inocencia. La prensa
disfruta haciendo sangre, publicando mis imágenes, la identidad que tengo ahora
y la verdadera, exponiéndome al linchamiento público. Mi familia no me habla y
la de mi novia exige mi cadáver clamando venganza. Siete días sin noticias de
Mishelle, el brillo de mis ojos, la razón por la que vivir cada día. Mi final
se acerca, necesito descansar, si no puedo encontrarla me reuniré con ella, hoy
va a acabar todo. Jamás debimos volver a Barcelona.
Recuerdo con nitidez aquella noche, en nuestra pequeña casa de Adelaide
en Australia, sintiendo la brisa marina, entrando un embriagador olor a mar a
través de las ventanas de nuestro cuarto. Miré su preciosa cara y pensé en el
momento en que la conocí, cuando mi vida no era más que una catedral de
nimiedades, el miedo que sentía y lo feliz que era ahora. Rodeé con mis brazos
y abracé a Mishelle susurrándole al oído que nunca la soltaría, sintiendo
nuestros cuerpos desnudos, bronceados por el sol y sudorosos, acariciándole sus
bonitos senos formados por una piel tan suave y delicada en busca de algo de
amor de cama, prometía estar siempre a su lado para protegerla, a sabiendas que
ella era la fuerte, la que jamás desfallecía ante las situaciones adversas;
pero hasta las personas más fuertes a veces tienen debilidades y necesitan
sentirse protegidas, a pesar de con poderío que tanto desprenden. Sus ojos
conectaron con los míos, con esa mirada que solo ella sabía ponerme, con aquellos
hermosos y grandes ojos de color miel, haciéndome creer que era débil y desamparada,
e incluso necesitada de mí.
─ ¿Me amas? ─ Dijo con su precioso acento llegado desde la costa de
Guayaquil en Ecuador.
─ Por supuesto que te amo. ─ Respondí con rotundidad. ─ De hecho, las
dos cosas que más amo de Latinoamérica son las patatas y tú, no necesariamente
en ese orden.
Ambos reímos, yo la miraba y disfrutaba de esa bella sonrisa ordenada en
la que me encantaba perderme, hasta que el silencio invadió la habitación, se
puso seria y con ojos vidriosos, me dijo titubeante con su voz dule que necesitaba
volver a casa y reencontrarse con su familia. No pude evitar contestarle que
pronto volveríamos a estar con ellos, junto a nuestros seres queridos.
Tarea imposible en un principio, aunque al final, conociendo a las
personas indicadas, conseguí traernos de vuelta y lo he pagado con el precio
más caro, sintiendo cómo la arrancaban de mis brazos.
No fueron buenos tiempos en un país amigo que nos acogió casi sin
preguntar, llegamos a vivir con miedo durante gran parte de la estancia. Sin conocer
a nadie, sin poder hablar con nuestras familias, ni siquiera podían saber de
nuestro estado. Era mi primera vez emigrando, para ella no era tan nueva la
situación, ya lo había vivido una vez. Sentir el desprecio de algunos afectó a
mi adaptabilidad, aunque Mishelle consiguió ser una más en poco tiempo y me
ayudó con la aclimatación. Sé que lo ocultaba, pero ambos sentíamos el dolor de
haber abandonado el hogar de forma prematura.
Poco o nada conocíamos de la cultura australiana, salvo que había canguros
y koalas. Imagino que ello provocó que nunca lo llegásemos a sentir como
nuestra casa. Lamentable fue a nuestra vuelta, el estar en nuestra ciudad y no
sentirnos en casa, me sentía un inmigrante en mi país y me cerré demasiado. Lo
hacíamos todo juntos, nos asustaba separarnos por lo que nos pudiese deparar la
ciudad condal.
Por ello estoy convencido de que sea donde sea nos reuniremos y el amor
que sentimos el uno por el otro demostrará que es imperturbable, nada lo podrá romper después de todas las experiencias
que hemos vivido juntos.
Son pocos los recuerdos que me quedan del resto de cosas, intento
borrarlos pasando los días en cama y noches en bares, sólo nutrido por la
comida preparada, el alcohol y el abuso de drogas blandas. Así puedo olvidar todos
esos problemas, al sentir el danzar de las gotas de un buen tequila sobre mis
papilas gustativas o el humo de un porro de marihuana abrazando mis pulmones
durante unos segundos para después salir de nuevo por mi boca, dejando pequeños
resquicios de THC en mi organismo que te inducen a la enajenación psicótica y
profunda que tanto necesito.
No es plato de buen gusto ver cómo te llaman asesino en tu propia cara,
como se te criminaliza en los medios sin tener pruebas y la influencia que
llegan a ejercer en la gente; la policía me ha interrogado demasiadas veces ya,
intentando que confiese un crimen que jamás cometí, han sido tan duros que he
llegado a dudar de mí mismo en algunas ocasiones, quizás mi cerebro me
intentaba crear recuerdos falsos para que parasen de golpearme , apenas salgo a
la calle porque todos creen saber quién soy y se sienten libres para poder
juzgarme, es increíble como en una ciudad tan grande como Barcelona donde miles
de personas se cruzan cada segundo sin tan siquiera dirigirse la palabra pueden
llegar a fijarse en alguien concreto y minarle la moral hasta hacerle sentir culpable
de un acto que no ha cometido, no entiendo cómo se permite a los medios crear
ese circo y hacer esa carnaza de alguien. Ya sea malhechor o no, nunca
deberíamos olvidar que es un ser humano por muy atroces que sean sus crímenes o
los crímenes que se le imputan.
Siempre me he considerado una persona solitaria que disfruta del más
absoluto yermo de vida; quizás ha sido siempre mi error, ya que hasta no perder
todo lo que amas no te das cuenta de la crudeza de la situación, la necesidad
del hombre por sociabilizar, por sentir un hombro amigo a quien arrimarte, no
puedo compartir mi tristeza y mi dolor siquiera con mi madre; me aterra tanto
la situación que se ha vuelto mi peor pesadilla, a pesar que el descanso eterno
es mi mayor miedo soy capaz de ir del brazo de la dama de negro a reunirme en
su reino.
Ella es el amor de mi vida y la que me sacó de la oscuridad, ahora ya no
me queda nada por lo que luchar, nada por lo que vivir, ¿Por qué seguir aquí? Quiero
dejarme llevar por un método ancestral y cobarde como es el suicidio desde que
empezó esto. Por desgracia he olvidado que siempre hay que luchar y la
rendición no es una opción. En este punto de mi vida ya se me ha agotado el
tiempo para elegir entre continuar hacia adelante o rendirme; yo soy incapaz de
seguir, no tengo nada a lo que aferrarme y quiero dejar un mensaje, demostrar
al mundo la manipulación y el engaño al que estamos sometidos, cómo esas
personas han sido objeto de la desinformación, una idea preconcebida ha sido
insertada en sus cerebros y la sed de sangre implícita en el ser humano ha
hecho el resto.
Salto de la cama semidesnudo, no me importa el frío invernal de este mes
de diciembre, los nervios del acto que voy a cometer y la resaca me hacen
recostarme sobre el inodoro y soltar todo lo que llevo dentro desde mi estómago
hasta mi boca, los mareos se acentúan con cada sacudida de mi cuerpo, la
malnutrición de los últimos días se hace patente en mí, sólo veneno he
introducido en mi cuerpo, me quema la garganta mientras intento parar para
volver a incorporarme, dejándolo todo perdido, me alzo y me acerco al lavamanos
para echarme algo de agua en la cara y quitarme este sabor a heces de la boca.
Me miro en el espejo absorto en mi propio reflejo, observo esa cara
demacrada, un pelo desaliñado y una barba de varios días, no siento que sea yo,
intento divagar en mis pensamientos, queriendo guardarme mi último recuerdo
para ella, pensando en el primer día que estuvimos juntos; yo era un simple
informático para una gran multinacional americana sin más aspiraciones en la
vida, yendo cada día con la cabeza agachada, pasando desapercibido y esperando
que no me echasen porque necesitaba el dinero, tal como nos preparan en la
escuela. Nadie me habló de otros caminos, ese era el correcto. Entonces ella
apareció en mi vida y como un soplo de aire fresco me cambió por completo, rompió
el duro cascarón de la crisálida en la que permanecía encerrado, me sentí como
si viviese por primera vez, creo que ese fue el primer momento en el que me
sentí realmente feliz.
Respiro hondo, ya no queda tiempo, debo hacerlo ahora, en plena hora
punta cuanta más gente lo vea y más medios se hagan eco mucho mejor, el
asesino cobarde se suicida, rezarán los periódicos pero verán en mi acto un
mensaje la gente de a pie. Me tambaleo a través del pasillo hasta llegar al
comedor, no puedo hacerlo en este estado, erraría en mi autodestrucción. Busco
dentro de una pequeña cajita que tengo sobre la mesa pequeña del comedor y me
siento en el sofá, algo perdido, necesito serenidad, la calma absoluta y tan
solo me lo consigue ofrecer esa magia verde llamada marihuana. Saco un porro
medio consumido e inhalo dejando que entre a través de mis pulmones, tras varias
caladas puedo empezar a sentir que mi cuerpo pierde masa, la gravedad tiende a
cambiar y siento que estoy flotando. Va a ser la última vez, de eso estoy
seguro.
Me recuesto sobre el sofá mientras mi mundo se encuentra en constante
cambio, tras un breve lapso de tiempo me incorporo con la calma de un guerrero
curtido en la batalla y que ansía encontrar un rival digno que pueda darle
muerte, los dolores han desaparecido por completo al igual que mis miedos,
siento como el veneno recorre todo mi cuerpo, jamás imaginé que consumiría algo
así de perjudicial contra mí pero lo necesito para poder cumplir con mi
promesa.
Lo primero, escribir mi nota de suicidio. Cojo el boli que hay a mi lado
y como si de un folio en blanco se tratase escribo la misiva sobre mi pecho,
solo quiero disculparme a mi familia por lo que hago y recordar que el
constante asedio contra mi persona ha causado mi muerte, a la familia de mi
novia disculparme por no haber sido capaz de proteger a su hija cuando ellos me
la confiaron, a Mishelle desear que ojalá siga viva y no encontrármela allí
donde voy; por último al resto de la humanidad recordarle que todos somos iguales,
no debemos fiarnos de lo que nos dicen y actuar más en consecuencia, que mi
muerte también la han causado ellos igual que la de millones de inocentes antes
que yo. Mi metro setenta y cinco de altura me da un buen trozo de pecho para
escribir largo y tendido.
No puedo parar, necesito moverme, si paro a pensar, solo quiero
arrebatarle la vida a mis verdugos que aguardan en mi portal para intentar
darme caza y yo no soy así, si lo hago me habré puesto a su altura, así que me
levanto y voy directo a mi habitación, allí cojo todas las sábanas posibles,
las ato unas a otras, sin llegar a formar una cuerda más larga de 5 pisos; en
uno de los extremos creo una soga donde introducir mi cuello, el otro lo uno a
la pata del armario, creo que es el lugar más pesado de toda la casa, abro la
ventana de mi habitación, me asomo a ella e inhalo el que posiblemente sea mi
último aliento, el corazón me late rápido, las manos me tiemblan, estoy sudando
a pesar de venir un viento gélido que hace acto de presencia, aún bajo la
influencia de las drogas, llegado a este punto mi parte racional no quiere que
salte, me pide dar un paso atrás, no le escucho y centro la atención de la
gente quien me ve asomado. Empiezan a mirar hacia arriba mientras yo poso uno
de mis pies en el borde, casi sostenido en el aire, empiezan a fluir algunas
lágrimas en mis ojos y tengo una extraña sensación; mis miedos vienen y van es
como si dentro de mí se librase una batalla encarnizada, pero estoy decidido a
hacerlo, la gente me alienta, puedo oír cánticos como “que salte, que salte” o
gritos de “ojalá te revientes contra el suelo”, “muérete hijo de puta”, nadie
me anima a no hacerlo, nadie quiere que siga con vida, hay varios agentes de
policía, parece que sonrían como si deseasen vivir este momento, no dicen nada,
dejan que todos me increpen. Cierro los ojos, cojo impulso y… Suena el
teléfono.
Sea quien sea me ha salvado la vida, doy marcha atrás, mi muerte puede
esperar, quizás son las noticias que necesito oír, desanudo mi cuello, ya falto
de aire por la fuerza ejecutada, en el espejo puedo verme la marca de la
sábana. Ese ruido no se calla y yo no lo encuentro, miro en la mesita de noche,
encima de la cama, lo oigo cerca pero no lo veo, en un giro rápido de cabeza
veo una pequeña luz bajo el lecho, ahí está ese maldito escurridizo.
Intento descolgar pero el THC distorsiona mi campo visual, me cuesta
atinar, siento que mi alma intenta salir de mi cuerpo mientras trato de hablar
con la persona al otro lado del móvil. Consigo descolgar y solo oigo una
respiración al otro lado, un silencio sepulcral, decido empezar la conversación
diciendo ─ ¿Hola? ¿Puedes hablarme? ─ Nada, misma respuesta, vuelvo a hablar,
quizás algo más agresivo ─ ¿Quién eres y qué quieres de mí? ─ nada más que
silencio.
Cuando me dispongo a colgar ya con mis últimas esperanzas
desvaneciéndose puedo oír como una voz con un leve titubeo traga saliva y dice ─
¿Juanjo? ¿Eres tú? Si, ¿verdad?, no contestes, sé que eres tú, solo alguien tan
gilipollas volvería cuando sabía que era hombre muerto.
Se me hiela la sangre, no me puedo creer que nos hayan encontrado, con
voz temblorosa respondo ─ Por… Por favor, si tienes a Mishelle seas quien seas,
no diré nada, sólo libérala, es a mí a
quien quieres, fui yo quien lo hizo, ella no tiene nada que ver.
Puedo oír como espeta una leve carcajada al otro lado del teléfono ─ Ya
está muerta ─ Y cuelga el teléfono.
Mi corazón se encoge, mis miedos vuelven a mí, una semana, siete días
sin saber de ella y segundos antes de suicidarme me dicen que está muerta, no
puede ser verdad, me niego a creerlo, a ella no, yo fui el culpable. La culpa
es mía, no debí querer satisfacer su deseo de volver a casa, sabía que íbamos a
morir.
Los efectos de las drogas y las secuelas del alcohol desaparecen tras
tamaña noticia, pero el terror por su pérdida se acentúa, necesito saber quién
me ha llamado.
En el teléfono tan sólo consigo leer “número desconocido”. ¿Qué hacer en
este momento? No tengo a donde ir, no sé con quien hablar.
De nuevo suena mi teléfono, no es una llamada, es un mensaje con un
vídeo adjunto, esta vez no ocultan el teléfono, como queriendo que yo sepa el
origen.
Maldito el momento en que decidí reproducir ese vídeo, se abre el
archivo, se oyen gritos de dolor, una piernas femeninas de primer plano y unas
manos masculinas agarrándola, el audio es de pésima calidad pero estoy
convencido que podría ser ella, se oyen pasos, se acerca otro hombre, no puedo
ver ningún rostro, oigo a la perfección a pesar de la mala calidad como dice ─
Tranquila muchachita, esto no te dolerá, no es por ti, es por él, debe aprender
que no se puede jugar con nosotros ─ y empieza a reír.
En sus manos sostiene un trozo de plástico y un pequeño soplete, primero
abrasa su piel con el soplete donde la chica no puede dejar de gritar de dolor,
son muy pocos segundos pero no puedo verlo, es superior a mí, si es ella la
están torturando demasiado, nadie se merece eso, estoy tentado a quitarlo pero
necesito verlo, necesito saber si hay alguna pista. ─ ¿Te duele? Si no es nada
mujer, tu novio estará disfrutando este momento. ─ Dice una voz masculina.
Ahora con el soplete empieza a quemar el plástico y los trozos desechos
hirviendo empiezan a caer sobre las piernas de la chica. Chilla, llora, intenta
escapar hasta que de pronto silencio, no ha soportado tanto dolor y se ha
desmayado
─ La dejaremos descansar unos minutos y continuamos, tiene mucho que
sufrir. ─ Con esa voz acaba el vídeo.
Debo ir a la policía, necesito salvarla, yo no tengo habilidades
extraordinarias como para tomarme la justicia por mi mano, no soy un superhéroe
ni tengo armas que puedan hacer frente a esas bandas formadas en la calle. Es
hora de salir ahí fuera, solo espero que ella no sea la del video, que su vida
no corra peligro, porque al menos esos tipos saben quién soy y lo que ha
ocurrido.
Hago alguna copia del vídeo, informando de mis pasos, alguien podría
venir a destruir las pruebas o peor aún, podrían venir y destruirme. No me
siento seguro, en el ascensor sudo con cada piso en el que se abren las
puertas, cualquiera puede estar al otro lado.
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